miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Para qué?

Sobre las cenizas de mis amores
como una gaviota agonizante
temblaba mi corazón.
Sobre los llanos de mi soledad
el recuerdo de muchos besos
que cayeron sobre mis labios
eran como aves heridas
que caen en el mar…
Renunciando a la esperanza
quise renunciar a la vida
mientras reía… reía
con la amplitud del mar
con la grandeza del cielo
con el silencio de una roca
quietud que tu,
violaste con maldad sin atenuantes,
hiciste ver
cobardemente…
que nuevas auroras sonreían
en el lírico horizonte
de mi corazón.
Dejé de amar mi soledad,
deje de amar el silencio
para amarte a ti
lloraré…
e ingenuamente te hice
la luz de mis sueños
acariciándote con locura
con pasión indefinible
¿Para qué?


Por Abel Bonnett

Penélope

Era nene cuando la conoció, o al menos eso pensaba,
13 febreros recorrieron la existencia de aquel imberbe,
de la vida poco sabía y sus padres, de ella no hablaban.

Se la presentó un camarada, amigo mío, de el ahora no hay recuerdo
pero aquella tarde, donde la luz amarillenta sucumbía en el horizonte
apareció ella, con finos cabellos, de cuerpo elaborado y extraña belleza;
tenía la piel blanca, y blancos los dientes con rostro tentador.

Seducido por aquellos ojos que derramaban dulzura,
y sus labios rojos al natural, nos acercamos a ella
sin pensar en lo que la vida nos depararía
sin creer que en ella encontraríamos nuestra muerte.

Contó una historia tan vil como el pecado mismo;
que la humanidad se aprovechaba de ella, nadie la comprendía
y en la sociedad las cucufatas la odiaban;
Penélope mujer, dijo, se llamaba.

Diecisiete años cargaba en la espalda,
de pueblos y hogares fugaba y a casa no regresaría.
Se hizo un moño en el pelo con ganas de ya irse,
mas mi amigo, yo y camarada queríamos que se quedara.

La llevamos a comer cerca de un hostal con intensiones de suerte,
las monedas lloraban de soledad y el estómago bramaba de desesperación,
la aventura y curiosidad nos comía, ella con mirada calculadora presagiaba,
pronto a tres gansos esta embaucaría.

El ruido de una bocina anunciaba lo que el destino nos tenía preparado,
ya era de noche y la luna nos saludaba con burla.

Juntos los tres, apuntados por un arma, entregamos ilusión, aventuras y la vida.
Por Roberto Bonnett