lunes, 4 de agosto de 2008

Técnica

Ese vertiginoso
Ir y venir
Que sustentas en cada cláusula
Ya no sopesa nada
Como la incredulidad de la construcción

Tu muro de debilidad
Mi luciérnaga que se posa
De cuando en cuando
Rompe la balanza
Del oprobio
Y yo reiterante
Poso mi luciérnaga
En la pila de ladrillos, en desuso
Rebalso en espuma
De ir y venir
Coercitivamente
En tu habitual
Añoro de desprestigio
Orquídea arrugada

Anónimo

sábado, 10 de mayo de 2008

Sombra

Llegará el día
en que te des cuenta
que no te amo
y descubrirás
por fin
que tan sólo fui
una sombra
una sombra:
que sólo tú veías
que sólo tú rechazabas
que sólo tú despreciabas
pero aunque no lo creas
una sombra que amó


Por Max Terrazos

miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Para qué?

Sobre las cenizas de mis amores
como una gaviota agonizante
temblaba mi corazón.
Sobre los llanos de mi soledad
el recuerdo de muchos besos
que cayeron sobre mis labios
eran como aves heridas
que caen en el mar…
Renunciando a la esperanza
quise renunciar a la vida
mientras reía… reía
con la amplitud del mar
con la grandeza del cielo
con el silencio de una roca
quietud que tu,
violaste con maldad sin atenuantes,
hiciste ver
cobardemente…
que nuevas auroras sonreían
en el lírico horizonte
de mi corazón.
Dejé de amar mi soledad,
deje de amar el silencio
para amarte a ti
lloraré…
e ingenuamente te hice
la luz de mis sueños
acariciándote con locura
con pasión indefinible
¿Para qué?


Por Abel Bonnett

Penélope

Era nene cuando la conoció, o al menos eso pensaba,
13 febreros recorrieron la existencia de aquel imberbe,
de la vida poco sabía y sus padres, de ella no hablaban.

Se la presentó un camarada, amigo mío, de el ahora no hay recuerdo
pero aquella tarde, donde la luz amarillenta sucumbía en el horizonte
apareció ella, con finos cabellos, de cuerpo elaborado y extraña belleza;
tenía la piel blanca, y blancos los dientes con rostro tentador.

Seducido por aquellos ojos que derramaban dulzura,
y sus labios rojos al natural, nos acercamos a ella
sin pensar en lo que la vida nos depararía
sin creer que en ella encontraríamos nuestra muerte.

Contó una historia tan vil como el pecado mismo;
que la humanidad se aprovechaba de ella, nadie la comprendía
y en la sociedad las cucufatas la odiaban;
Penélope mujer, dijo, se llamaba.

Diecisiete años cargaba en la espalda,
de pueblos y hogares fugaba y a casa no regresaría.
Se hizo un moño en el pelo con ganas de ya irse,
mas mi amigo, yo y camarada queríamos que se quedara.

La llevamos a comer cerca de un hostal con intensiones de suerte,
las monedas lloraban de soledad y el estómago bramaba de desesperación,
la aventura y curiosidad nos comía, ella con mirada calculadora presagiaba,
pronto a tres gansos esta embaucaría.

El ruido de una bocina anunciaba lo que el destino nos tenía preparado,
ya era de noche y la luna nos saludaba con burla.

Juntos los tres, apuntados por un arma, entregamos ilusión, aventuras y la vida.
Por Roberto Bonnett

miércoles, 20 de febrero de 2008

Inconsciente

viento de mazmorras que transitas gélido
en cabezas de arena
llévate espíritus que penan…

se que la voz que hablará es ajena a mi;
que tu cuerpo de mar y tus labios de cielo
son el paralelo inefable de mi existencia;
y tus ojos que ganarían el primer premio
a la tristeza hieren los míos y lloran
como longinos arrepentidos…
ya el viento empieza a pronunciarse
y la llegada de tu insomnio atemporal
crepita mis labios, mis adentros;
ya la luz tenue armoniza tu llegada
y el cajón memorioso de días e historias
se prepara a tu mirada
no sin antes rezar perpetua
una oración a su amada:

¡muérete Hetera!
mujer de tiberio el romano
muérete en el séptimo infierno
que tu piel odie tus huesos
y tus órganos se repudien unos a otros
que tu sangre se canse de ser roja
que tus labios de placer incontable
sean lacerados por guadañas comunistas
que un enjambre de vasallozas abejas
inflamen tu rostro,
pero antes...

déjame darte un último beso
para sentir un corazón que ya no está
déjame darte un último beso
para clausurar el insomnio atemporal
déjame darte un último beso
para calmar mis labios y dejen de crepitar
sólo un último beso
para matar al poeta de mis adentros
y al escritor que esta noche también morirá
déjame darte un último beso
y muérete ya.

Por Roberto Bonnett